lunes, 28 de noviembre de 2011

Donde habita el olvido

Era un hombre misterioso. Siempre salía de casa a las 9:21 respecto al reloj de la sucia torre abandonada. Dejaba atrás la puerta chirriante de madera del encajonado, viejo y mugriento edificio en el que supuestamente vivía. Nadie sabía cuál era su piso en este número 5 del callejón. Nunca se veía luz a través de los empañados cristales de las tres plantas.
Solía asomarme a la hora para verle salir. En ocasiones me despertaba pronto sólo con ese objetivo. Y siempre, a las 9:21 salía por la puerta del número 5. A las 9:21. Llevaba un abrigo largo completamente negro, bajo el que se distinguían unos oscuros zapatos de punta. Su sombrero era del mismo color, con un descosido en la parte trasera, y lo llevaba totalmente ajustado, lo que sólo permitía que, desde mi ventana, viera un fuerte mentón rasurado en el que se dibujaban unas profundas arrugas, arrugas de sufrimiento. Todos los días igual. El mismo abrigo. Los mismos zapatos. El mismo descosido. La misma hora.
Descendía con paso firme los tres escalones resbaladizos y mohosos que separaban este portal 5 de la acera. De su bolsillo derecho sacaba un papel, que desdoblaba y contemplaba un instante antes de enrollarlo y acercárselo la boca. Un oxidado mechero. El chasquido sonaba en el todo el silencioso callejón. El humo ascendía confundiéndose con la contaminación de la ciudad. Cuando estaba a punto de quemarse los labios, lo cogía, lo contemplaba un momento y lo arrojaba a la alcantarilla. La chirriante puerta del número 5 se volvía a cerrar a sus espaldas.

No obstante, un frío día de principios de noviembre, algo cambió. El mismo ritual de todos los días, la misma hora, el mismo portal y otro papel. Sin embargo éste no prendió con el fuego a la primera. Ni a la segunda. Salía un poco de humo pero se apagaba en sus labios. Desesperado lo arrojó al suelo. Y el poco humo que salía de ese cigarrillo incombustible se vio ahogado cuando cayó sobre él una lágrima. Fue la última vez que le vi.
Temeroso bajé al callejón y descubrí el motivo por el que el destructor fuego no había logrado prenderlo. El papel seguía aún VERDE, como si el árbol del que surgió tuviera aún vida y no se hubiera terminado de secar. Al desdoblarlo había en el medio sólo dos palabras: TE QUIERO.

Hace mucho tiempo que demolieron el bloque 5 del callejón, aquél que tanto tiempo llevaba deshabitado. Aún así, en un cajón, guardo aún la nota, el papelito, el cigarrillo. Todos los días la contemplaba y veía como poco a poco se marchitaba y el VERDOR se iba apagando. Hoy ya no es más que un seco papel, en el que aún se pueden leer las letras perfectamente.
Me encantaría encontrarme al hombre del sombrero descosido. Encontrarlo y darle por fin el papel, un papel que ya podría prender y hacerse ceniza como los demás. Pero nunca se le ha vuelto a ver desde ese 5 de noviembre, como si se hubiera convertido en polvo.
Él, esté donde esté, no pudo vencer al recuerdo. Y yo no puedo hacerlo por él.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Sin miedo

Sé egoísta. Sí, sé que hay cosas que te sacan de tus casillas. Es normal. No todo es como te gusta. No todo tiene una explicación justificada. Ni siempre se dará importancia a lo valioso y se dejará de abusar de lo falso y efímero. Lo sé, a menudo te preguntas por qué hay cosas tan absurdas y sin embargo extendidas como una plaga. Te comprendo perfectamente, pero déjalo. Sí, déjalo, olvídalo. No busques respuestas a todo porque no las hay. Las personas no dejamos de ser animales. Animales que hemos aprendido a razonar para elegir voluntariamente lo que en realidad es irracional. Paradoja. Sí pequeño, acostúmbrate a ellas.
Pero no te atormentes. No merece la pena, en serio. Sé un poco egoísta. Habla a quien te quiera escuchar, enseña a quien quiera aprender, ofrécete a quien te sepa valorar. No entres en el pozo, y, sobre todo, no tengas miedo a quedarte solo. Porque mientras quede un loco en un mundo de falsos cuerdos, aún habrá esperanza de cambiarlo.